Mamet, historia de un prototipo

Antes de que Imasoto adoptara las lámparas Mamet para producirlas en serie, mi plan era ocuparme personalmente de su producción y venta. Ante la falta de empresa editora era la única opción y, con los prototipos terminados y funcionales, tenía bajo control la red de oficios implicados, sus tiempos y sus tarifas. Calculé el PVP y, por más que lo intentaba, las cantidades me parecían más altas de lo esperado, incluso en el caso de no ganar yo ningún beneficio.

Primero pensé que era en parte un fallo del diseño mismo, por no haber previsto una fácil mecanización y por lo tanto requerir trabajo manual de demasiados especialistas. Pero veía también que abarcar a tantos artesanos y técnicas diferentes implicaba una innegable riqueza. El comprador debería valorar no sólo el diseño sino también su proceso de construcción, y no enrocarse en que «por veinte euros en Ikea te puedes comprar una lámpara».

Hace poco leía en un artículo que Ikea es mejor heredera de la Bauhaus o de la Deutsche Werkbund que Vitra o que Tom Dixon, y me incomodó ver que no había manera de acercar las lámparas, tal y como estaban concebidas, a un enfoque más democrático del diseño. Se manifestaba así la contradicción insalvable entre el rechazo al elitismo y el apego a la artesanía.

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