Cosillas

Algunos concursos de diseño son ideales para presentar en ellos los proyectos en los que menos crees.

Pese a ser muy concurridos, los premios son escasos, su cuantía casi simbólica y, aunque las bases obliguen a ceder los derechos de autor (ganes o no ganes), el convocante no tiene porqué fabricar tu pieza.

No son únicamente campañas de autopromoción por parte de las marcas (que sin duda lo son), sino también una fresca contribución a la cultura del diseño, un estimulante aporte al ambiente general, que además hacen sin obtener beneficio económico a cambio. Pero si un diseñador tiene un proyecto en el que realmente cree, presentarlo a estas convocatorias supone el riesgo de sacrificar su potencial recorrido a cambio tan solo de un poco de prestigio. A perderlo «por un puñado de dólares».

Hay un bonito libro de Antonioni titulado «Las películas del cajón», en el que relata ideas dispersas para películas que nunca vieron la luz. Habla de sus atmósferas, de los tonos dominantes que imagina en los planos, del tempo y la amplitud en las escenas, del clima, del semblante de los personajes… un ejercicio de detallismo en la sugerencia, de mimo hacia lo que nunca fue.

Es un bello homenaje a los proyectos menores, una puesta en valor de los caminos frustrados, que tanto espacio ocupan en las cabezas creativas, y que tanto cuesta olvidar del todo. Como si desde el cajón no pudieran estarse callados y reclamaran, de un modo u otro, una salida para ser visibles (o de desaparecer) de una vez.

De las sillas que he diseñado, algunas son de este tipo. Sillas que, sin verles mucho futuro, seguí desarrollando, como quien juega con algo inútil. Las desdeñé agrupándolas bajo el nombre de «cosillas» (la curiosilla, la graciosilla, la tramposilla, etc…), pese a lo cual las llevé hasta el nivel de render más o menos realista, alcanzando así un grado de concreción desde el cual fuera posible, al fin, abandonarlas.

Dos ejemplos de ello son la Trisilla y la Silla Inpila (finalmente renuncié a la otra nomenclatura). La primera es una silla infantil capaz de cambiar de color modificando la ubicación de sus patas, un objeto útil y a la vez didáctico para los niños. La segunda es una silla que busca una forma particular de ser apilada, intentando conseguirlo de una forma natural e integrada, y que genera unas extrañas formas que recuerdan a un animal de las profundidades oceánicas.

Un buen cartucho que gastar para estos proyectos sin un buen perfil «contract» o con evidentes «peros» es el de los concursos sin futuro. Quizá la mejor manera de sacar tus cosillas del cajón para librarte de ellas e intentar que tengan algo de difusión.